Quisieras que tuvieran cuerpo para estrecharlo, para alisar su espalda.
Su
vientre, sus redondeces, caer desde el cuello.
Medir sus escápulas, escalar su frente, saltar con una mano de un muslo
a otro. Descender sus vértebras, ascender su pecho.
Entrar un poco, sólo un poco, en la cueva de la boca, buscando
murciélagos silenciosos que dormitan atentos a las ondas, al sonido, al aire de
la tráquea, al zumbido nasal y más allá.
Porque hay cuerpos que son como paisajes, que se recuerdan como amaneceres.
Intensamente azules, verdes,
limpios y creyentes.
Aunque no sepas cómo llegar
a ellos.
"Bolsillos en
las piedras"
© 2016 Esther
González
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