Donald Webber es un
soldado estadounidense al que le estalla una mina bajo los pies.
Judith es una mujer
con un reto: cruzar el Estrecho de Bering helado desde el Cono Sur, y continuar
tras los pasos de la Nadia de Miguel Strogoff y Julio Verne.
De fondo, un grupo
de activistas y unas elecciones.
Un nombre entre
líneas: Aaron Kafati-Jechiel. KJ.
El tiempo de la
novela es posterior en unos años al momento actual.
Los “Enclaves” son
uno de los hallazgos, de las pequeñas o grandes utopías que nos persiguen desde
hace siglos y que pueden volverse realidad.
Todos ellos, todos
personajes, coinciden en ese momento y en un lugar: El llamado “Enclave Ocho”, a
las afueras de Madrid.
Puerta de Damasco, Jerusalén, hacia 1900
Desde
su trepidante inicio, la violencia jalona con sus muchas caras el desarrollo de
la narración; no en vano, el corazón de la historia es otra utopía: un único
Estado en paz en lo que hoy es Palestina e Israel.
Así,
no sólo asistimos al uso físico o psicológico de la violencia: Es a Webber,
quien paradójicamente vuelve a aprender a andar con prótesis y sueña con su
infancia y primera juventud en Montana, a quien le toca la perversión del
lenguaje.
Cuando
Paul Fussell, en su magnífico y demoledor ensayo de 1975 “La Gran Guerra y la
memoria moderna”, que no ha perdido ni un ápice de su análisis y lúcida visión,
hablaba del “lenguaje elevado”, establecía una larga lista de equivalencias,
entre otras:
El
enemigo es una hueste
Los
muertos en batalla son caídos
El
frente es el campo
La
guerra es la lucha
El
objetivo de un ataque es la meta
La
muerte de uno es su destino
Y
otra, muy significativa para nuestra novela:
Los
brazos y piernas de los jóvenes son extremidades.
La vida de Donald también está desde ese momento más
mediatizada por las
palabras –y él es consciente-, ésas que encubren, disimulan,
escamotean:
Estado
del cuerpo tras mutilación grave condición física
El
estallido de una mina bajo los pies accidente
Acciones
de descrédito falsa bandera
Proyecto
de asesinato misión
Persona
a la que se pretende asesinar objetivo
Río Jordán, hacia 1900
“Durante los años en que había vivido en el Enclave
Ocho, Enric se había dado cuenta de que los humanos basculaban de manera
permanente entre las tendencia egoísta y la solidaria, salirse con la suya o
ceder de algún modo.”
La parte emocional, sus conflictos, recae del lado de
los habitantes del Enclave Ocho, reflejo
de cualquier agrupación humana.
“Posiciones, compañías”.
Es
esta parte un inventario de manipulaciones varias, utilización de los otros,
sospechas, estrategias; ideales sinceros, lucha con la propia ira; celos,
personalismos, dependencias.
Contrastes
tan oscuros o suaves como los colores de la ropa de Blanca, uno de los
personajes más escasos de autocontrol.
Como
dice el personaje de Mar, “el problema era que habían empezado sin prepararse
bien para lo inevitable de los conflictos personales y de grupo, el juego de
los egos y de poder que tenía que darse, por muy buena voluntad que se tuviese.
Los activistas (…) intentaban cambiar la sociedad, su país, el mundo, sin
tratar antes de transformar los propios grupos que iban formando, destruyendo y
volviendo a construir.”
Son
estos párrafos los que llevan más “carga”, en el sentido de que están muy bien
desarrollados, acordes con la realidad de lo que ocurre en los grupos, sean del
tipo que sean; relaciones y emociones que parece que no somos capaces de poner
a nuestro favor, de facilitar o construir relaciones sanas.
Vista aérea del Palacio de Herodes, cercanías de Belén
(Foto: Tatzpit Aerial Photography/National)
Los
enclaves aparecen como una nueva organización social, “surgieron cuando se vio
que ya no había alternativa real al capitalismo financiero globalizado y la
política tradicional.”
“La
idea era adquirir terrenos, si ya había casas en él, habitarlas, y si no,
construirlas. Usar energías alternativas cuando fuese posible. Que hubiera toda
una serie de bienes comunes, como esa energía, la vivienda, el agua, la comida,
la tierra. Eso sí, se decidió que pagáramos impuestos al Estado, comunidades
autónomas y municipios por la luz, el agua, los servicios de salud y, claro
está, para colaborar con los demás habitantes de este país. A cambio de vivir
aquí hay que trabajar en la medida de las posibilidades de cada quién.”
El Enclave 8 se une y resiste ante una intuida amenaza como Donald.
En
ese pequeño salto temporal posterior a este 2018, asistimos a aspectos humanos
cubiertos por siglos de polvo mediocre y censor (otro modo de violencia), a los
que la visibilidad de nuestros días nos permite acceder.
Aunque
el personaje de Enric nos ilustra sobre la naturalidad con que se vivía la
sexualidad en la Antigüedad clásica, o el origen de los castrati, la narración no pierde de vista el talante de nuestra
época, en temas controvertidos como la búsqueda de descendencia, aunque en
consonancia con la sed de narcisismo que destila la comodidad de las élites; el
deseo de una imagen del hijo adulterada y personalista, los espejismos “que sólo
reflejan lo que tú deseas”, olvidando al ser humano:
“La inseguridad de siempre respecto de su
propio cuerpo, el miedo al daño de su alma. El temor permanecía allí, como un
perro fiel. Entregarse a alguien era demasiado peligroso, era quedar a su merced.
Mejor no intentarlo siquiera.”
Mar Muerto, junio 1900. Fotografía: Gertrude Bell
(Fuente: www.eleanorscottarcheology.com)
No
identificada con el sistema binario de género, diferente es la lucha de Nuria,
“limpiando” redes sociales, hastiada del entorno tecnológico, luchando a duras
penas con su propia ira hacia la agresividad
“on line” que combate:
“Tampoco
aguanto la ignorancia que hay en este país. Ignorancia y brutalidad.”
Desde
fuera, resulta incomprensible el aparentemente insalvable escalón entre
palestinos e israelíes, causa estupor la evidencia de lo que constituiría una
verdadera revolución: la unidad, trabajar en la misma tierra; ¿no es ésta la
mejor estrategia para sobrevivir en un medio físico, económico y digital cada
vez más hostil y amenazante?
Claramente
identificamos a Kafati-Jechiel con ese “ser un solo país, una sola tierra” de
la autora, y deseamos que venga, que surja, que exista.
Creo
que lo que Lola Robles quiere transmitir también, aparte de “una solución no violenta
al conflicto” palestino-israelí -“nuestros dos pueblos serán uno”, como lo
expresó la activista argentina que cita en su blog-, es una reflexión sobre
nuestro futuro más cercano, sobre cómo van a evolucionar ciertos aspectos, como
la forma de organización social. Qué decisiones vamos a tomar.
Porque,
realmente, hay un enfrentamiento entre dos posturas del mundo: quienes quieren
el control a toda costa y no desean cambios y manejan el conflicto como un modo
de su propia supervivencia para determinados intereses; y aquellos otros que
necesitan una salida; que no es que quieran romper ya con nada, sino que
necesitan una salida, y buscan una salida que no esté controlada por y para
unos pocos.
Obviamente, no voy a dar pistas sobre el final de la
novela.
Lola y los lectores, a esas alturas, nos preguntamos
cuántos árboles de Sefarad hay que plantar, qué lúgubres sombras e historias
cobijarán.
La novela se cierra con un poema de Salvador Espriu;
éstos son los últimos versos:
“Bajemos,
por las palabras,
todo
el pozo del espanto:
las
palabras frágiles nos alzarán
hacia
una nueva claridad.”
Confiemos.
Puerta de Damasco Jerusalem Light Festival
Fotografía: Ron Peled (www.allaboutjerusalem.com)
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