Todo empieza muy despacio en la poesía de Mercedes
Merino:
Fue en la
plaza de
Tirso…
acabamos hablando
de nuestras madres
tú y yo.
El resto había
desaparecido.
Y
desde esas dos mujeres que hablan en la plaza, en el barrio de Gloria Fuertes y
de tantas de nosotras, a mitad de “La necesidad y el sueño”, las puertas se
abaten:
La puerta se cierra
y quedo justo
al lado de tu piel.
Es un continuo el diálogo contigo
Un tiempo cómplice, consciente de su
fugacidad:
Miradas desviadas,
conversaciones apretadas,
intercambios rápidos…
Es tanto el deseo
y tan poco el tiempo
que verte y no verte
me mantiene en suspenso.
Mercedes
cuenta una historia, en el tiempo y con el tiempo, que atraviesa todo el
poemario:
… llegar a ti tan
serena, en
esta amalgama
de tráfico que
no ayuda en nada
al abrazo.
Las esquinas
cómplices
de esta ciudad
de un sueño
nos citan
a horas
sin tiempo.
El
tiempo que prende y apaga una cerilla, esa luz en el cielo de la noche que no
sabemos si hemos visto o no.
En esas noches de sombras,
cuando no hay luna,
imagino la luz de tu alcoba
y me duerno en un
ángulo de tus sueños.
El tiempo descarnado y encarnado.
Y
en el tiempo, inevitablemente, quedan las cicatrices:
He
mirado tantas veces
esa
tenue línea azul
en
tu piel…
Cada
vez que te veo
compruebo
que sigue ahí,
es
como corroborar
que
tú y yo
continuamos
aquí,
un
escalofrío
intenso
recorre
mis
entrañas.
Todo cambia, termina o se inicia.
Y si llegas…,
¿por qué te vas?
(Del poema “Luz en
fuga).
Al final, buscamos el sosiego:
Se han traspapelado
los encuentros,
ya no busco contacto
entre tinieblas.
Una serena luz
alumbra desde dentro
regalándome instantes
de sosiego.
Qué es, sino volver a nosotras.
Lo vivido de verdad, intensamente, puede ser eterno, permanecer en nuestra
eternidad, en el tiempo que somos:
Galopé
a lomos del viento
por
praderas inmensas…
Una “serena luz” se queda con la poeta.
Y
ella, con un “sigamos escribiendo.”
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