Saliendo de mi propia puerta, puedo caminar con facilidad diez, quince, veinte, cuantas millas sean sin pasar cerca de casa alguna, sin cruzar un camino, excepto los que trazan el zorro y el visón […]
Me complace ver cuán pequeño espacio ocupan en el paisaje el hombre y sus asuntos, la iglesia, el estado y la escuela, los oficios y el comercio, las industrias y la agricultura; incluso el más alarmante de todos, la política […] también ese mundo es limitado, no lo ocupa todo. Yo paso ante él como ante un campo de judías en el bosque, y lo olvido.
Yo me adentro en la Naturaleza, como lo hicieron los profetas y los poetas antiguos, Manu, Moisés, Homero, Chaucer […] Hay más verdad sobre lo que yo he visto en la mitología que en ninguna de las denominadas historias de América.
¿Por qué resulta a veces tan arduo decidir hacia dónde caminar? Creo que existe en la Naturaleza un sutil magnetismo y que, si cedemos inconscientemente a él, nos dirigirá correctamente.
La Naturaleza salvaje es lo que preserva el mundo. En busca de ella extienden los árboles sus fibras […]
La historia de Rómulo y Remo amamantados por una loba no es una fábula sin sentido […] Porque los hijos del Imperio no fueron amamantados por la loba, acabaron conquistados y desplazados por los hijos de los bosques septentrionales, que sí lo habían sido.
Los que han pasado mucho tiempo viajando por las estepas de la Tartaria dicen: “Al volver a tierras cultivadas, nos agobiaba y nos sofocaba la agitación, el aturdimiento y el tumulto de la civilización; el aire nos parecía insuficiente y nos sentíamos a cada momento a punto de morir de asfixia”.
Una ciudad se salva tanto por sus hombres dignos como por los bosques y los pantanos que la rodean. Un municipio con un bosque primitivo meciéndose a un lado, y otro pudriéndose al lado contrario está en condiciones de producir no sólo maíz y patata, sino también poetas y filósofos para las épocas venideras.
En Literatura, sólo lo salvaje nos atrae. El aburrimiento no es sino otro nombre de la domesticación. Lo que nos deleita de Hamlet y La Iliada, de todas las Escrituras y las mitologías, es la visión del mundo incivilizada, libre y natural, que no se aprende en las escuelas.
Los hindúes soñaron que la tierra descansaba sobre un elefante, y el elefante sobre una tortuga, y la tortuga sobre una serpiente; y aunque pueda ser una coincidencia sin importancia, no estaría fuera de lugar decir aquí que se ha descubierto recientemente en Asia un fósil de tortuga lo bastante grande como para sostener a un elefante.
Confieso que soy aficionado a estas fantasías estrambóticas que trascienden el orden del tiempo y la evolución. Constituyen el más sublime esparcimiento del intelecto.
Hemos oído hablar de una Sociedad para la Difusión de Conocimientos Utiles. Se dice que saber es poder y cosas por el estilo.
Me parece que tenemos igual necesidad de una Sociedad para la Difusión de la Ignorancia Util, a la que llamaremos Conocimiento Bello, una sabiduría provechosa en un sentido más elevado: pues, ¿qué es la mayor parte de nuestra llamada sabiduría, tan cacareada, más que la presunción de que sabemos algo, lo que nos roba la ventaja de nuestra ignorancia real? […] un hombre acumula una miríada de datos, los almacena en su memoria, y luego, cuando en alguna primavera de su vida deambula fuera de casa, por los Grandes Campos del pensamiento, se lanza hacia la hierba como un caballo, por decirlo de alguna manera, y deja todos los arreos atrás, en el establo.
A veces les diría a los de la Sociedad para la Difusión de Conocimientos Utiles: «Láncense a la hierba. Ya han comido heno demasiado tiempo. Llegó la primavera con su verde cosecha».
En Nueva Inglaterra acostumbramos a decir que cada año nos visitan menos pichones […]
Diríase que, de la misma manera, cada año visitan menos pensamientos a los hombres en edad de crecer, pues la arboleda de nuestras mentes ha sido devastada, vendida para alimentar innecesarias hogueras de ambición, o enviada a la serrería, y apenas queda una ramita en que posarse. Ya no anidan ni crían entre nosotros […] somos incapaces de descubrir la sustancia del pensamiento mismo.
Nuestras aladas ideas se han convertido en aves de corral […] ¡Aquellas gr-an-des ideas, aquellos gr-an-des hombres de los habréis oído hablar!”
“Lo que percibas, no lo percibirás como algo concreto”, dicen los oráculos caldeos.
Sobre todo, no podemos permitirnos el lujo de no vivir en el presente. Bendito entre todos los mortales quien no pierda un instante de su fugaz vida en recordar el pasado.
El mundo con el que estamos familiarizados no deja rastro y no tendrá aniversarios.
Nos quedan sus valiosos talleres y su excelente escritura.