lunes, 20 de marzo de 2023

"Descenso accidental en Cenna" (fragmento). Publicado en Contaminación Futura 7 (Mig21 Editora).

 



Mientras nombraba mentalmente las estrellas que brillaban sobre Cenna, recordé el rostro, entre angustiado y animoso, del hombre que me había cogido en brazos y levantado para pasarme a otros brazos en la evacuación.

Todo era confusión y caos, imágenes en blanco y negro, sin sonidos.

En las "granjas" exteriores de la Tierra crecimos seguros, unidos y deprisa (...)

El androide que nos enseñaba cálculo nos llamaba, irónicamente, “la Pequeña Atenas”:

“Trayectoria de Fobos y Deimos… Vamos, vamos, tendrían que sabérselo de me-mo-ria ¡Espabilen! Sólo estamos calentando la sangre de sus cerebros para que empiecen a trabajar de verdad… No me ha-gan creeeer que sus preciosos cerebros humanos sólo sirven para refrigerar la sangre, como decía Aristóteles… Quien quiera que fuese Aristóteles...”

Nos leía “Veinte mil leguas de viaje submarino”, “La Iliada”, “Moby Dick”... “Orlando”, “Miguel Strogoff”, “Lo que el viento se llevó”...


Mi nombre me lo puso un alienígena.

Aquella masa extraña, que desafiaba todo nuestro entendimiento, cogía con extrema delicadeza una de mis manos, y separaba los deditos, uno a uno, despacio, como preguntándose cómo era posible que la vida, una especie, unos seres tan frágiles, hubiésemos sobrevivido; y, además, a nuestro propio holocausto.

Del mismo modo que yo admiraba la plasticidad y elegancia de su forma y naturaleza y sólo atisbaba su poderosa resistencia para los viajes espaciales.

Nunca lo habríamos logrado sin ellos.

Entendían nuestras necesidades vitales, nuestros conocimientos, diagramas, lenguajes.

Unieron módulos de nuestros antiguos laboratorios espaciales y construyeron otros nuevos: las Estructuras. Allí se integraron nuestras “granjas”.

No eran sólo materia, no sabíamos exactamente qué eran. Parecían masas con movimiento, pero luego, al momento siguiente, las dimensiones desaparecían o se contraían, y sólo eran, o las veíamos, como una luz oscura.

Les sorprendía nuestra biología, especialmente constatar nuestra respiración.

Se lo oía decir dentro de mi cabeza infantil: “Sin respiración, no sois.”

















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miércoles, 8 de marzo de 2023

El gancho del carnicero (Poemas del último mundo)

 



El gancho de carnicero lo explica todo.

El carnicero apaga la luz

y tú sigues fría y sin fuerzas
esperando al día siguiente.

El carnicero te cuelga por el gancho

y tú sonríes, con la boquita un poco abierta,
como si te alegraras de tu propia venta.


No tienes tiempo de cuidar, de cuidarte, de cambiar el pañal a tu padre
de escribir poemas a quien amas
de pensar con los ojos cerrados en el aire y en los pájaros;
los pájaros también cuelgan de un gancho
si acaso imaginar unos momentos antes de cerrar los ojos y dormir
si puedes dormir.


El carnicero come y deglute tus entrañas, tu trabajo, tu salario, tu privacidad
y se ríe de ti parcelando tu naturaleza
como si el agua se pudiera parcelar, que no se puede;
pero
se puede emponzoñar y echar sus babas y el líquido de los circuitos
de su coche de verdad.


Y viene la tormenta y no ves al carnicero
que no está en esta ciudad que fue muerte y ahora llama a la muerte,
y quizá reacciones cuando la riada
se lleve tus pies
en ese sótano –que crees que es la totalidad del mundo- donde cuelgas
del gancho
del carnicero.


Esther González
"Tienes tú un caballo dentro" (2020)
Poemas del último mundo.

Fotografía: Dora Maar (1935).